"Hablar es ante todo tener el poder de hablar. O mejor aún, el ejercicio del poder asegura el dominio de la palabra: sólo los amos pueden hablar. En cuanto a los sujetos: entregados al silencio del respeto, la veneración o el terror. La palabra y el poder mantienen unas relaciones de tal índole que el deseo de uno se realiza en la conquista del otro. El hombre de poder, así sea príncipe, déspota o jefe de Estado, siempre es no solamente el hombre que habla, sino la única fuente de palabras legítimas: palabra empobrecida, palabra pobre, cierto, pero rica en eficiencia, pues tiene por nombre el mando y quiere únicamente la obediencia del ejecutante" (Pierre Clastres)
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