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"Para que la racionalidad del debate pueda existir, tal y como preconizaba la teoría liberal clásica, no basta la libertad formal de todos los ciudadanos para intervenir. Es preciso también que todos los participantes estén dotados de canales de información eficaces para conocer a fondo la realidad en torno a la que discuten. Requieren además una 'conciencia crítica' que les mantenga alerta y les impulse a aceptar el esfuerzo de analizar con rigor los problemas públicos. Unos ciudadanos despreocupados por la calidad de las informaciones de actualidad que reciben, ignorantes del grado de superficialidad y escasez de las explicaciones de la actualidad pública que llegan a recibir, es un público desposeído de capacidad real de participación" (José Luis Dader)

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Ilusiones de la ciencia

Detrás de estos marcos epistemológicos acerca de lo que es la ciencia, hay dos ilusiones -que no dejan de funcionar como engaños más o menos aceptados por los científicos-:

1) La primera, la de pensar que la realidad existe de un modo independiente a los discursos y representaciones que los hombres hacemos de ella. Tal como dijimos, la ciencia -como todo discurso social- no predica sobre la realidad sino sobre lo que se cree que es y se dice acerca de la realidad.

2) La segunda, que los objetos son independientes de los dispositivos de sentido -intereses- que los hombres ponemos en juego a través de los discursos sobre el mundo y las cosas del mundo.

Tanto el recetario inductivista como el hipotético deductivo trabajan con ambos supuestos. Es decir, se postula la idea de que hay un conocimiento que puede estar por encima de toda lectura ideológica, resultando por lo tanto posible producir una mirada "verdadera" sobre el mundo. Tanto el funcionalismo positivista como un marxismo infantil han ayudado mucho a desarrollar y convertir en virtud este tipo de error en las ciencias sociales.

Al respecto, cabe retomar la perspectiva que planteó Meccia acerca de que independientemente de la materialidad de cualquier objeto, el objeto tiene un sentido, está cargado de representaciones. No es el objeto el que "habla" a través de la sociedad, sino la sociedad a través del objeto. Es la vida social la que construye representaciones constitutivas de los objetos. "No hay escapatoria", le diríamos a los cientificistas: todo es una representación. Los mundos y las cosas que conocemos no son la realidad sino representaciones acerca de la realidad. No hay nada más real que esto.

La realidad nunca puede ser testigo o juez natural de ningún enunciado de saber. No vamos a encontrar a ninguna realidad testimoniando por sí misma su existencia, la realidad habla a través del nombre y de los sentidos que las sociedades humanas le imponen a las cosas que de ese modo representan.

Ahora bien, no todas las representaciones tienen el mismo valor social ni tienen la misma duración o vigencia histórica; no todas son igualmente productivas de la vida social. Los objetos representados se transforman y la vida social se transforma junto con las representaciones. Hay, por lo tanto, un proceso productivo, tanto de la vida social como de las representaciones del mundo. Las representaciones no vienen por mandato divino, ni surgen por la propia naturaleza de las cosas. Ellas surgen de y, a la vez, estructuran las prácticas sociales. Es decir, invisten a los discursos producidos en y para las relaciones sociales. Surge de las necesidades y los intereses de los actores sociales, de las luchas y de los conflictos sociales. Es decir, las cosas del mundo son a los ojos de quienes las representamos como ellas han sido producidas o son resignificadas como parte de un proceso de conflicto y cambio social.

Por otra parte, para que una representación con sentido -científica o no- se convierta en un dispositivo de poder requiere de un entramado o encadenamiento social en donde apoyarse y afirmarse (construido al margen de la voluntad o deseo personal). Dicho entramado debe ser capaz de asimilar el sentido que transmite dicho discurso y de asumirlo como un enunciado cargado de verdad. Para que ello ocurra, hace falta tener algo más que la razón.


*Para más informacación sobre los discursos científicos y su ausencia pura de objetividad leer "La semiosis social" de Eliseo Verón

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