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"Para que la racionalidad del debate pueda existir, tal y como preconizaba la teoría liberal clÔsica, no basta la libertad formal de todos los ciudadanos para intervenir. Es preciso también que todos los participantes estén dotados de canales de información eficaces para conocer a fondo la realidad en torno a la que discuten. Requieren ademÔs una 'conciencia crítica' que les mantenga alerta y les impulse a aceptar el esfuerzo de analizar con rigor los problemas públicos. Unos ciudadanos despreocupados por la calidad de las informaciones de actualidad que reciben, ignorantes del grado de superficialidad y escasez de las explicaciones de la actualidad pública que llegan a recibir, es un público desposeído de capacidad real de participación" (José Luis Dader)

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El Estado seductor

Nadie ha visto nunca un Estado. Ni a simple vista ni en el microscopio, ni en foto ni desde un avión. No es una cosa, como un territorio o una porción del océano. Es una cierta relación entre los hombres por el cual el derecho de mandar es independiente de la persona del que manda.

Una colectividad se rige por un Estado cuando el vínculo de sumisión de hombre a hombre es reemplazado por una subordinación de principio. Esta despersonalización de la obediencia crea la institución, con su doble imperativo de legitimidad (el jefe es mÔs que un soldado afortunado) y continuidad (los jefes pasan, la autoridad queda).

La violencia puede dar a luz un poder de hecho, pero no puede ni suscitar ni perpetuar por sí sola el consentimiento. Este último supone una "dominación simbólica"(Weber), mediante la cual los sometidos incorporan los principios de su propia sujeción. Esta adhesión hace que la autoridad sea "natural", lo cual en reciprocidad, hace "obligatoria" la adhesión.

Una lógica de domincación depende siempre de una logística de los símoblos


Si bien la institución estatal acompaña relaciones de fuerza materiales, las mÔs de las veces de interés económico, funciona en sí misma como un fenómeno de creencia (lo que en Occidente hace el Estado, justamente después de la Iglesia)

Es el espectÔculo del Estado el que hace el Estado, así como el monumento hace a la memoria. Estado y espectÔculo (fiesta y ceremonia, según los grados de implicación decrecientes del público) son términos redundantes. Un Estado que no diera nada a ver y a escuchar, sin rituales, monumentos y documentos, sería peor que un rey sin diversiones: una nada.


*ExtraĆ­do del libro "El Estado seductor" de Regis Debray

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